Queridos hermanos y hermanas,
Hemos llegado al Segundo Domingo de Adviento, un tiempo sagrado para prepararnos con asombro para la Fiesta de la Encarnación de Jesús, nacido para nosotros como un niño en un humilde pesebre. También es una temporada para prepararse para Su regreso en gloria al final de los tiempos. Ciertamente, es un momento para recordarnos que también se acerca nuestro propio día de juicio individual, cuando seremos llamados a dar cuenta de todo lo que Dios nos ha dado durante nuestras vidas.
El Adviento, que proviene de la palabra latina para la “llegada” o “venida”, es un breve tiempo litúrgico que comprende cuatro domingos y culmina con la vigilia de Navidad el 24 de diciembre. Es un tiempo de gozosa anticipación, pero también de penitencia. Por lo tanto, el púrpura es el color de este tiempo litúrgico, con un color rosa en el tercer domingo de Adviento que significa la alegría de la cercanía del Señor.
La liturgia de Adviento resuena con los gritos de anhelo de los profetas hebreos, la voz de la predicación de Juan Bautista de que el Señor está cerca. También es rico en imágenes de María y José que, junto con toda la creación, esperaban que se cumpliera la promesa de Dios. Todos nos recuerdan que en todo lo que hacemos: trabajar, estudiar, jugar, orar, debemos prepararnos para el día en que nos encontraremos con Jesús, ya no en los sacramentos, sino en persona. Como nadie sabe ni el día ni la hora de este último encuentro, vivimos nuestras vidas con la expectativa y la esperanza de que en nuestra muerte seremos hallados dignos de Él.
El Adviento a menudo parece ir y venir en un abrir y cerrar de ojos. De repente nos encontramos en tiempo de Navidad preguntándonos cómo se nos escapó tan fácilmente el tiempo. Este no tiene por qué ser el caso este año. Tú y yo podemos tomar la decisión consciente, ahora mismo, de detenernos en nuestros caminos ocupados y abrazar este tiempo sagrado. La forma en que preparamos nuestro hogar para nuestros invitados durante las fiestas debe inspirar nuestro propio trabajo preliminar este Adviento para recibir a Cristo en nuestros corazones, y así estar verdaderamente listos para Su segunda venida:
- Prepárale la habitación: Tu corazón es donde Cristo quiere habitar. Si su corazón está lleno de falta de perdón, codicia, pereza espiritual o cualquier apego pecaminoso, no tiene lugar para Cristo. Comienza el Adviento haciendo un examen de conciencia para saber qué es lo que no debe estar en tu corazón.
- Limpia las telarañas: Es importante limpiar los desórdenes sofocantes en tu corazón. Esto significa hacer un punto de llegar a la Confesión durante el Adviento. En el Sacramento de la Reconciliación, el sacerdote actúa en la persona de Cristo para ayudarte a identificar las telarañas que quizás no veas por ti mismo, generalmente aquellas que han estado colgando durante tanto tiempo que ya no llaman tu atención.
- Cuelga cortinas nuevas: La habitación de tu corazón ya está lista. ¡Ahora es el momento de colgar cortinas nuevas! Muchos de nosotros simplemente nos perdemos en el ajetreo y el bullicio de nuestra vida diaria y olvidamos cómo vivir con alegría. El Señor ama estar con aquellos que tienen alegría en sus corazones. Así que tira las viejas cortinas de desesperación y agotamiento y cuelga nuevas cortinas de alegría y anticipación.
- Poner la mesa: ¡La compañía está en camino! Estamos seguros de la llegada de Cristo cuando escuchamos a la Iglesia proclamar con urgencia “¡El Señor está cerca!” Este es el momento de sacar la porcelana fina del armario: nuestra sonrisa, nuestra paciencia, nuestra generosidad, nuestro entusiasmo y nuestra actitud caritativa. Estas virtudes animan nuestros corazones en anticipación de Su presencia.
- Abra la puerta de par en par: Después de completar toda la preparación, abrimos nuestra puerta y esperamos expectantes al invitado. Es un tiempo de tranquilidad para nosotros: todo el trabajo está terminado y estamos listos. Entonces, al preparar nuestros corazones para Cristo en este Adviento, el último paso después de todo el trabajo de preparación es simplemente “ser”. Estar atentos; estar alerta; sea orante. En este estado de “ser” no cuestionamos cómo el tiempo se nos escurrió entre los dedos; no nos preocupamos si hubo algo más que debimos haber hecho. Hemos sido siervos buenos y fieles y estamos listos para Cristo.
¡Que tu corazón se prepare para Cristo y que tu tiempo de Adviento sea bendecido!
Mons. Cuong M. Pham