26 DE MARZO, 2023

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Al entrar en la última semana de Cuaresma antes de la Semana Santa, la Iglesia presenta un tema importante y serio para nuestra reflexión, el tema de la vida y la muerte. Las lecturas bíblicas de este fin de semana proclaman abrumadoramente que Dios es el Señor de la vida y la muerte. Estos días finales de Cuaresma están destinados a profundizar nuestra conciencia y convicción de esta verdad, en preparación para la celebración del Misterio Pascual del Señor la próxima semana.

La muerte es una de las cosas aterradoras de las que nadie quiere hablar. Causa pánico entre las personas sin importar su estatus o poder. Algunas personas pueden abrazar cualquier tipo de sufrimiento pero no la muerte. A menudo me piden que ore por los moribundos y que dirija oraciones por los dolientes en los velorios o funerales. Lo que encuentro es que muchos no quieren mirar la muerte en la cara. Prefieren que ore por una eventual curación, por consuelo o paz, sin querer escuchar ninguna mención sobre la muerte. Aceptar que a veces una enfermedad no puede curarse físicamente, y que la muerte es inevitable a medida que uno envejece, es una realidad con la que muchas
personas no se sienten cómodas, ni siquiera en la oración. He pasado por esta experiencia con mi propio padre cuando murió hace dos años. Hasta el día de hoy, para ser honesto, todavía me cuesta aceptar que se ha ido. Evito conscientemente pensar en las tristes circunstancias que rodearon sus últimos días. Si no fuera por mi fe en la vida después de la muerte, no sé si podría seguir sin desesperarme.

En la primera lectura de la Misa de este domingo, el pueblo de Israel estaba exiliado en tierra extranjera. En esa circunstancia, muchos de ellos quedaron reducidos a nada. Algunos fueron asesinados física, mental, social o religiosamente. A medida que el sufrimiento se hizo tan grande, muchos perdieron su fe en Dios. Fue durante este tiempo que Dios envió al Profeta Ezequiel para darles una profecía consoladora. En esta profecía, Dios promete enfáticamente que va a resucitar a los israelitas, para restaurarlos de regreso a su tierra. Los que murieron también serán resucitados de sus tumbas, llenos del espíritu de Dios. Era una promesa de restauración de la muerte a la vida.
En la lectura del Evangelio, esta profecía se cumple en Lázaro, un amigo cercano de Jesús que fue resucitado después de haber estado muerto durante cuatro días por el Señor. La resurrección de Lázaro es una verdadera indicación de que aquellos que hacen de Jesús su amigo nunca pueden permanecer en la tumba para siempre. Esta historia del Evangelio trae consuelo y esperanza. La muerte no será algo que pueda hacernos entrar en pánico.

Hermanos y hermanas, siempre debemos ser amigos de Dios. Así como Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos, lo hará por ti y por mí. Ante la última pandemia, algunas personas estaban tan preparadas para enfrentar la realidad de la muerte. Estas personas estaban haciendo muchos sacrificios por los demás. Eran valientes y sin miedo. Cuando pasé un mes cuidando a mi propio padre moribundo y a mi madre gravemente enferma en el hospital de la Universidad de Nueva York en el punto álgido de la pandemia, otro sacerdote amigo mío de Houston, Texas, se ofreció como voluntario para venir al Hospital Elmhurst a cuidar a los pacientes moribundos de Covid durante tres
meses sin tener ningúna familia o pariente viviendo en esta ciudad. Me dijo que no le tenía miedo al virus, sino al hecho de que no estaba preparado para morir y encontrarse con el Señor. Su valiente y noble acto fue para él una forma de vivir su propia fe en Cristo, su Salvador y mejor amigo. Esta perspectiva única de ese joven sacerdote me dio mucho que pensar.

Jesús dice en el Evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25). Esta creencia es lo que me ayuda a superar mi dolor. Me da razones para seguir viviendo en la esperanza y me motiva a continuar con mi anuncio de la victoria de Dios sobre la muerte, especialmente a quienes viven en aflicción, angustia o miedo.

A medida que nos acercamos al clímax de la Cuaresma y nos dirigimos a las celebraciones de la Semana Santa, que encuentren fortaleza y seguridad en la promesa del Señor como yo la encontré. El próximo domingo, Domingo de Ramos, en la lectura de la Pasión del Señor, la realidad de la muerte y de morir puede volver a estremecernos hasta lo más profundo, pero no debe asustarnos, porque el próximo domingo, Domingo de Pascua, la resurrección del Señor de entre los muertos será el centro de nuestra esperanza y gozo.

Fielmente suyo en Cristo,

Mons. Cuong M. Pham