19 de marzo de 2023

Queridos hermanos y hermanas,

El Cuarto Domingo de Cuaresma se conoce como “Domingo Laetare (Regocijo),” expresando el gozo de la Iglesia en anticipación de la Resurrección de nuestro Señor. Las lecturas de este domingo nos recuerdan que es Dios quien nos da la visión adecuada tanto en el cuerpo como en el alma; y nos advierte que aquellos que asumen que ven la verdad a menudo son ciegos, mientras que aquellos que reconocen su ceguera reciben una visión clara. Nos exhortan a estar constantemente en guardia contra la ceguera espiritual.

¿Alguna vez has jugado un juego con los ojos vendados? O, ¿alguna vez has estado en una caminata de confianza, en la que te vendaron los ojos y te guía otra persona? Jugar con los ojos vendados nos ayuda a apreciar el don de la vista. Aquellos que tienen un problema con la vista, ya sea por una enfermedad o por la vejez, pueden apreciar la preciosidad de la capacidad de ver, incluso con la ayuda de lentes correctores. A través de la historia de Jesús curando a una persona ciega de nacimiento, el Evangelio de San Juan presenta la vista en un sentido espiritual. El ciego recibe no solo la habilidad de usar sus ojos sino el don de ver la verdad. A veces una persona puede mirar, pero no ver. El hombre ciego de nacimiento, la persona más improbable, recibe la luz de la fe en Jesús, mientras que los fariseos educados en leyes y la religión permanecen espiritualmente ciegos, incapaces de ver que Jesús era de hecho el Mesías. Esta maravillosa historia nos enseña la necesidad de tener los ojos abiertos por nuestra fe. Ver las realidades como son, y no como asumimos que son, nos permite ver la verdad. Nos libera de nuestras presunciones prejuiciosas y nos da verdadera alegría cuando nuestra oscuridad se convierte en luz.

Fisiológicamente, el “punto ciego” es parte del ojo donde no llega la visión. Es el lugar donde el nervio óptico ingresa al globo ocular. Un punto ciego en un vehículo es un área alrededor del vehículo que el conductor no puede observar directamente. En la vida real, todos tenemos puntos ciegos: en nuestras relaciones, matrimonios, crianza de los hijos, hábitos de trabajo, personalidad e incluso en nuestra espiritualidad. Es muy posible que la gente religiosa de nuestros días sea como los fariseos de antes: religiosos en el culto, en la frecuentación de los sacramentos, en la vida de oración, en la donación a la Iglesia y en el conocimiento de la Biblia, pero ciegos a la pobreza, injusticia, y dolor a su alrededor. Jesús quiere curar toda la ceguera que nos paraliza en la vida.

El pasado lunes, 13 de marzo, como algunos de ustedes sabrán, fue el décimo aniversario de la elección del Papa Francisco al trono de San Pedro. Hace diez años, estaba de pie hombro con hombro con miles de otras personas en la Plaza de San Pedro cuando el humo blanco salió de la chimenea en la parte superior de la Capilla Sixtina indicando que se había elegido un nuevo Papa. No sabía que el hombre humilde que parecía haber sido un recluta de la periferia se convertiría en un líder tan profético e influyente para nuestros tiempos. En los diez años de su pontificado hasta el momento, el Papa Francisco ha señalado repetidamente los puntos ciegos en nuestra Iglesia y en nuestra cultura moderna. Sus enseñanzas magisteriales han desafiado, no solo a los fieles Católicos sino también a todos los demás, a reconocer y abordar esos puntos ciegos. Desde las preguntas relativas a la dignidad de la vida humana, la paz y la felicidad, hasta las preguntas relativas a la familia, la moralidad, el matrimonio y el amor, el Papa centra constantemente nuestra atención en cada situación concreta; sus valores y consecuencias; y los caminos posibles para abordarlo desde la sabiduría de la fe Cristiana. Prefiriendo usar un lenguaje sencillo y directo, nos lleva a una visión más clara de Dios, de nosotros mismos y de los demás. Su voz profética no siempre se escucha, porque siempre hay quienes se niegan a ver, pero siempre exige respeto y atención.

Al unirme a mis antiguos colegas del Vaticano y a la multitud de distinguidos invitados que se reunieron para honrar al Papa Francisco en la Nunciatura Apostólica en Washington, DC el pasado lunes, me regocijó saber que, a través del Santo Padre, Jesús mismo continúa la misión de sanar en la Iglesia y en el mundo. Al igual que muchos líderes religiosos y gubernamentales que hablaron tan bien del Papa, me llenó de gratitud por las formas en que Dios lo ha usado para sanar nuestra ceguera espiritual en tantas áreas de la vida, especialmente a través de su mensaje de inclusión, compasión y acompañamiento cercano, para que podamos mirar a los demás, verlos como hijos de Dios, y amarlos como a nuestros propios hermanos y hermanas, salvados por la muerte y resurrección de Cristo.

Al entrar en la cuarta semana de Cuaresma, los invito a unirse a mí para reflexionar sobre cómo Dios ha iluminado y curado algunos de nuestros propios puntos ciegos espirituales en esta temporada santa. Demos gracias entonces por el don de la vista, y oremos para que podamos seguir avanzando con una visión clara.

Devotamente suyo en Cristo,
Monseñor Cuong M Pham