15 DE OCTUBRE, 2023

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Saludos en el amor de nuestro Señor al reunirnos este 27º Domingo del Tiempo Ordinario. Las lecturas de hoy ilustran maravillosamente la invitación que Dios extiende a todos: un festín suntuoso que representa el banquete eterno en el cielo. Esta gran imagen encuentra su resonancia en nuestras propias celebraciones eucarísticas: una sublime invitación que se nos ofrece regularmente.

Sin embargo, una invitación divina de esta magnitud exige una respuesta sincera. Nos incita a reflexionar: ¿Cómo respondemos a este llamado? Observando a nuestra comunidad parroquial, es evidente que, mientras muchos están profundamente inmersos en su fe, otros permanecen distantes, tratando su identidad religiosa como una mera tradición en lugar de una relación viva y vibrante con Cristo. La realidad de que muchos católicos bautizados se alejan o se adhieren a su fe solo superficialmente señala una necesidad de renovar la catequesis sobre el profundo regalo de la Eucaristía.

Nuestra Iglesia enseña que los católicos tienen la obligación de ir a Misa todos los domingos y días festivos obligatorios, “a menos que se les excuse por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, cuidado de bebés) o sean dispensados por su propio párroco” (o obispo) (Código de Derecho Canónico, c. 1247). Sin embargo, tristemente, la mayoría de los católicos bautizados no observan esto y parece que no practican su fe de manera visible hoy en día. Estudio tras estudio ha encontrado que hay un grave declive en la participación y membresía de la Iglesia en general. Esto nos lleva a preguntarnos si la gente comprende la grandeza de la generosa invitación de Dios.

Para aquellos de nosotros que asistimos a Misa, debemos profundizar más: ¿Estamos plenamente presentes en mente, cuerpo y espíritu? Las acciones externas, como la forma en que nos vestimos o nuestra puntualidad, ofrecen información sobre nuestra disposición interna. Una entrada apresurada o una salida temprana, vestimenta casual y usar la iglesia más como punto de encuentro que como un espacio sagrado, podría indicar una falta de comprensión o aprecio por la importancia de la Misa.

Más allá de estas externalidades, ¿y nuestra disposición interna? La desconexión entre la fe proclamada de uno y las acciones diarias es motivo de preocupación. Una vida de fe vibrante debe impregnar cada aspecto de nuestra existencia, asegurando que nuestras acciones e interacciones reflejen constantemente las enseñanzas de Cristo. ¿Están nuestros corazones verdaderamente con Dios? ¿Reflejan nuestras acciones, más allá de la Misa dominical, nuestra fe? Recordemos, como suelen decir los psicólogos: todo comportamiento comunica. Nuestras acciones externas a menudo reflejan nuestras disposiciones internas. ¿Estamos verdaderamente revestidos de gratitud, amor y obras justas?

Durante mi reciente peregrinación a Roma, me conmovió profundamente la reverencia en una Misa Papal. Los feligreses, con su mejor vestimenta y el mayor decoro, mostraron un profundo respeto no solo por el Santo Padre, sino por la celebración divina. ¿No deberíamos mostrar aún más reverencia al encontrar a Cristo mismo en la Eucaristía?

Sin embargo, nuestra fe no existe en el aislamiento. Come dice el Santo Padre Francisco, el devastador conflicto entre Hamas e Israel nos sirve como un recordatorio conmovedor del sufrimiento de nuestro mundo. Al reflexionar sobre nuestro viaje espiritual personal, oremos fervientemente con el por la paz, entendiendo que las verdaderas soluciones emergen del diálogo y el respeto mutuo.

Queridos hermanos y hermanas, este es un llamado a un verdadero despertar. Que siempre estemos adecuadamente preparados, tanto en el corazón como en la apariencia, listos para el gran banquete que el Señor nos ofrece.

En la paz y el amor de Cristo,

Monseñor Cuong M. Pham