Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Al comenzar el 32º domingo del Tiempo Ordinario, nos acercamos al cierre del año litúrgico, un tiempo impregnado de reflexiones sobre finales y nuevos comienzos, y repleto de expectativa por la temporada de Adviento. Durante estos días de reflexión, una anécdota del Empire State Building, contada con ligereza, pero cargada de significado, captura maravillosamente nuestro tema espiritual. Cuando un turista preguntó: “Si el cable del ascensor se rompe, ¿subimos o bajamos?”, el guía respondió con humor, pero con punzante precisión: “Eso depende de cómo estés viviendo”. Esta broma encuentra un eco más profundo mientras meditamos en la expectativa de la segunda venida de Cristo.
El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola de las diez vírgenes (Mt 25:1-13), un recordatorio contundente de mantener la vigilancia y la preparación para el Señor. El error de las cinco vírgenes necias, que se encontraron excluidas del banquete nupcial, subraya los peligros de la dilación espiritual. En contraste, la preparación de las vírgenes prudentes, con sus lámparas bien abastecidas, sirve de ejemplo para nosotros: estar siempre listos para Cristo, el Novio.
Esta parábola trasciende el tiempo, hablándonos a cada uno de nosotros hoy. Las vírgenes preparadas ilustran la necesidad de estar siempre vigilantes debido al tiempo impredecible del regreso del Novio. Las vírgenes necias, en cambio, encarnan los riesgos de un régimen espiritual laxo, pensando que podrían depender de recursos de último minuto, una apuesta que condujo a su caída.
El mensaje del Evangelio para nosotros es inequívoco: la preparación espiritual no es solo beneficiosa; es esencial. Requiere nuestro propio esfuerzo, cultivado a través de la fe constante y la acción. Es una iniciativa que no podemos posponer, externalizar ni tomar prestada.
Estar preparados significa construir una relación con Dios diariamente, no de vez en cuando. Se trata de alimentar continuamente nuestras vidas con actos virtuosos, oraciones y actos de caridad. Al igual que el turista preocupado en el ascensor, también nosotros deberíamos desear una vida elevada por la virtud, con una fe inquebrantable.
Aplicando esta preparación en términos prácticos, que nuestras acciones diarias sean tan nutritivas y esenciales como la Eucaristía dominical. Comprometámonos a la oración diaria, profundicemos en las Escrituras, participemos de los Sacramentos para una gracia sostenida y practiquemos la virtud como una expresión genuina de nuestra alineación con las enseñanzas de Jesús. Cada acto bondadoso añade más aceite a nuestras lámparas, asegurando un resplandor que soporta todas las pruebas.
En esencia, consideremos nuestra dirección espiritual con la misma seriedad con la que uno contemplaría su destino en un ascensor detenido. Con el año en declive, comprometámonos firmemente a vivir en un estado de gracia y vigilancia para el regreso del Señor.
Avancemos con las lámparas encendidas, reflejando nuestra fe a través de vidas vibrantes y activas, y corazones llenos de esperanza inquebrantable.
Con oraciones por su diligente fidelidad,
Mons. Cuong M. Pham
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Al comenzar el 32º domingo del Tiempo Ordinario, nos acercamos al cierre del año litúrgico, un tiempo impregnado de reflexiones sobre finales y nuevos comienzos, y repleto de expectativa por la temporada de Adviento. Durante estos días de reflexión, una anécdota del Empire State Building, contada con ligereza, pero cargada de significado, captura maravillosamente nuestro tema espiritual. Cuando un turista preguntó: “Si el cable del ascensor se rompe, ¿subimos o bajamos?”, el guía respondió con humor, pero con punzante precisión: “Eso depende de cómo estés viviendo”. Esta broma encuentra un eco más profundo mientras meditamos en la expectativa de la segunda venida de Cristo.
El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola de las diez vírgenes (Mt 25:1-13), un recordatorio contundente de mantener la vigilancia y la preparación para el Señor. El error de las cinco vírgenes necias, que se encontraron excluidas del banquete nupcial, subraya los peligros de la dilación espiritual. En contraste, la preparación de las vírgenes prudentes, con sus lámparas bien abastecidas, sirve de ejemplo para nosotros: estar siempre listos para Cristo, el Novio.
Esta parábola trasciende el tiempo, hablándonos a cada uno de nosotros hoy. Las vírgenes preparadas ilustran la necesidad de estar siempre vigilantes debido al tiempo impredecible del regreso del Novio. Las vírgenes necias, en cambio, encarnan los riesgos de un régimen espiritual laxo, pensando que podrían depender de recursos de último minuto, una apuesta que condujo a su caída.
El mensaje del Evangelio para nosotros es inequívoco: la preparación espiritual no es solo beneficiosa; es esencial. Requiere nuestro propio esfuerzo, cultivado a través de la fe constante y la acción. Es una iniciativa que no podemos posponer, externalizar ni tomar prestada.
Estar preparados significa construir una relación con Dios diariamente, no de vez en cuando. Se trata de alimentar continuamente nuestras vidas con actos virtuosos, oraciones y actos de caridad. Al igual que el turista preocupado en el ascensor, también nosotros deberíamos desear una vida elevada por la virtud, con una fe inquebrantable.
Aplicando esta preparación en términos prácticos, que nuestras acciones diarias sean tan nutritivas y esenciales como la Eucaristía dominical. Comprometámonos a la oración diaria, profundicemos en las Escrituras, participemos de los Sacramentos para una gracia sostenida y practiquemos la virtud como una expresión genuina de nuestra alineación con las enseñanzas de Jesús. Cada acto bondadoso añade más aceite a nuestras lámparas, asegurando un resplandor que soporta todas las pruebas.
En esencia, consideremos nuestra dirección espiritual con la misma seriedad con la que uno contemplaría su destino en un ascensor detenido. Con el año en declive, comprometámonos firmemente a vivir en un estado de gracia y vigilancia para el regreso del Señor.
Avancemos con las lámparas encendidas, reflejando nuestra fe a través de vidas vibrantes y activas, y corazones llenos de esperanza inquebrantable.
Con oraciones por su diligente fidelidad,
Mons. Cuong M. Pham