Queridos hermanos y hermanas,
Estamos comenzando la tercera semana de Cuaresma. El Evangelio de este fin de semana presenta el diálogo detallado entre Jesús y una mujer Samaritana condenada al ostracismo. Esta historia de esta mujer Samaritana sin nombre en el pozo, registrada solo en el Evangelio de San Juan, está llena de verdades y lecciones poderosas. Nos asegura la misericordia infinita de Dios y su cercanía con nosotros en nuestro quebrantamiento; nos enseña cómo llegar a los que son diferentes; y nos anima a sacar lo mejor de las personas cuales estilos de vidas parecen estar en desacuerdo con lo que creemos que es bueno y santo.
Excluida en su propia comunidad por su estilo de vida promiscua, la mujer Samaritana incluso se despreciaba a sí misma, pero Jesús reconoció su sed espiritual y se acercó a ella. El hecho de que Jesús, un judío respetado, interactuara con una mujer Samaritana pecadora, fue en sí mismo un alcance extraordinario. Esto nos muestra que la gracia de Dios siempre está ahí para todos. Independientemente de los enredos de nuestras vidas, Él nos valora a todos lo suficiente como para buscarnos activamente, para atraernos a Su intimidad. A través de su cercanía, Dios saca lo mejor de nosotros, a veces de la manera más sorprendente.
Al igual que la mujer Samaritana, hay muchas personas hoy que tienen sed de sanación, pero no saben cómo hacer para encontrar a Jesús; tal vez tienen demasiado miedo, inseguridad o vergüenza para hablar con Dios; tal vez se sientan excluidos o intimidados por otros cuales sus agendas principales es reconocer y resaltar sus faltas. Frente a esta mujer que aparentemente estaba alienada y moralmente arruinada, Jesús solo vio a una persona que le importaba a Dios. Ella fue llevada a descargar gradualmente su alma a Él, un extraño porque finalmente encontró a alguien con bondad en sus ojos en lugar de un aire de superioridad crítica. Su búsqueda de agua en el pozo simbolizaba su búsqueda del agua viva, el don de la fe que la transformaría y le daría la verdadera vida.
Muchas personas hoy, como ella, se sienten aisladas, marginadas y rechazadas de alguna manera, ya sea en su comunidad, su familia, su lugar de trabajo o en la sociedad. ¿Conoces a alguna de esas personas? Con el conocimiento de que Jesús nos ama donde estamos, pero nos ama demasiado como para dejarnos donde estamos, ¿cómo podría el encuentro de Jesús con la mujer junto al pozo enseñarnos o inspirarnos a reconocerlos y relacionarnos con ellos? Jesús no sólo habló con la mujer, sino que, en un diálogo cuidadosamente orquestado, la guío progresivamente de la ignorancia a la iluminación, y de la incomprensión a una comprensión más clara. Se puede decir que Jesús estaba
haciendo de la mujer Samaritana la persona más cuidadosa e intensamente catequizada de todo este Evangelio. Involucrar a otros personalmente, por lo tanto, es la forma en que podemos hacer que la conversión y la transformación sucedan. Esto es esencialmente lo que el Papa Francisco llama “una cultura del encuentro,” algo tan necesario hoy en la iglesia y en el mundo.
A menudo asumimos, quizás por las apariencias externas, que sabemos lo que está pasando en la vida de los demás. Juzgamos a los demás por lo que sabemos de ellos. Esta historia del Evangelio muestra cómo Jesús no trató a los demás basándose en suposiciones y juicios. Incluso cuando la mujer no quería que Jesús se volviera personal, Él quería liberarla, perdonarla y moldear su vida en una nueva dirección. En su larga conversación de corazón a corazón, la mujer atravesó varias etapas: primero, lo llamó Judío, luego Señor, luego Profeta y finalmente Mesías. Este encuentro profundamente personal con Jesús la capacitó e inspiró para asumir un papel fundamental en su comunidad, atrayendo a otros a conocerlo por fin.
La historia de Jesús y la mujer Samaritana junto al pozo nos llama a dejar que Jesús entre libremente en nuestras vidas personales. Dios desea entrar en nuestras vidas personales y “privadas,” especialmente durante esta temporada de Cuaresma. Todos tenemos una vida “privada” que puede ser contraria a la voluntad de Dios en este momento. Cristo desea entrar en esa vida “privada,” no para avergonzarnos, ni juzgarnos ni condenarnos, ni ser cruel o malicioso con nosotros, sino liberarnos, cambiarnos y transformarnos.
La mujer Samaritana fue desafiada a deshacerse de su vida pecaminosa. También somos desafiados a deshacernos de nuestros apegos y hábitos males que nos mantienen esclavizados e idólatras. La Cuaresma es el tiempo para aprender de nuestros errores de exceso en la comida, la bebida, las drogas, el juego, la promiscuidad, la pereza, la procrastinacion o cualquier otra adicción que pueda impedirnos llegar al agua viva de una relación correcta con Dios. Todos tenemos nuestra lista corta, ¿no? Y todos sabemos, honestamente, qué es lo que debemos dejar atrás.
Con mi sincera oración,
Mons. Cuong M. Pham