Queridos hermanos y hermanas:
Este fin de semana la Iglesia celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, comúnmente conocida como la Fiesta de Corpus Christi. Esta ocasión tiene gran importancia mientras honramos a Nuestro Señor Jesucristo, quien está verdaderamente presente en la Eucaristía bajo las formas de pan y vino. En la Eucaristía, no encontramos meros símbolos o representaciones, sino la presencia real y viva de Cristo mismo.
La creencia en la Presencia Real es una doctrina fundamental que se encuentra en el núcleo mismo de nuestra identidad católica. Afirmamos que, a través de las palabras de consagración pronunciadas por el sacerdote durante la Misa, el pan y el vino ordinarios se convierten verdaderamente en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Esta extraordinaria transformación, teológicamente conocida como “transubstanciación”, ocurre en cada celebración de la Santa Misa, permitiéndonos participar en la Sagrada Comunión y recibir a Jesús mismo. Es un regalo milagroso que distingue nuestra fe católica de todas las demás religiones y denominaciones cristianas.
Lamentablemente, ha habido un declive en la comprensión y creencia en la Presencia Real entre los católicos en los Estados Unidos. Entendida correctamente, no es un mero concepto teológico o una doctrina abstracta; más bien, es un encuentro profundo con el Dios vivo. Este sublime misterio, por lo tanto, exige nuestra más profunda reverencia, adoración y devoción.
En nuestra parroquia, encuentro inspiración en la devoción de muchos feligreses que pasan tiempo en adoración ante el Señor Eucarístico. Sin embargo, también me desalienta la falta ocasional de respeto y reverencia por parte de algunos entre nosotros. Un comportamiento problemático es la presencia de sombreros y gorras usados por algunas personas en la iglesia, incluso durante la Sagrada Comunión. Me cuesta encontrar una justificación razonable para tal comportamiento.
Si bien es comprensible que el olvido o el hábito puedan llevar a tales acciones, es importante recordar que la Sagrada Eucaristía merece nuestra máxima reverencia y respeto. Un acto tan sencillo como quitarse un sombrero o gorra al entrar puede ser un poderoso reconocimiento de la sacralidad del momento y la dignidad de Aquel a quien encontramos. Como firme creyente del antiguo principio de la Iglesia “Lex orandi, lex credendi”, es decir, nuestras acciones externas reflejan la disposición de nuestros corazones, los exhorto a todos a acercarse a la presencia de Cristo con temor y humildad, eliminando cualquier distracción o barrera que pueda obstaculizar nuestro encuentro con lo divino.
Además, como pastor preocupado por las almas, no puedo enfatizar lo suficiente la importancia de recibir al Señor dignamente. Las directrices de la Iglesia dejan claro que los católicos deben abstenerse de comer al menos una hora antes de recibir la Sagrada Comunión. Esto significa que ni siquiera se permite masticar chicle o beber refrescos antes de la Misa. Este ayuno sirve como símbolo de nuestro hambre y anhelo por el alimento espiritual que solo Cristo puede proporcionar. Además, también es crucial que estemos en estado de gracia, libres de cualquier pecado mortal. Si hemos cometido conscientemente una ofensa moral grave, debemos buscar el perdón y la misericordia de nuestro amado Dios a través del Sacramento de la Reconciliación antes de recibir la Eucaristía. Recibir la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal no solo es indigno, sino también perjudicial para nuestro bienestar espiritual, porque es un abuso del Cuerpo y la Sangre del Señor y, por lo tanto, un sacrilegio.
En una de sus Exhortaciones Apostólicas, el Papa Francisco enseña: “La Eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un poderoso remedio y alimento para los débiles” (Evangelii Gaudium, n.º 47). Estas palabras nos sirven como recordatorio de que la Eucaristía no está reservada solo para aquellos que han alcanzado la perfección espiritual. No es un regalo solo para aquellos que se sienten dignos, sino para todos nosotros que reconocemos nuestra necesidad de la misericordia y la gracia de Dios. Es a través de recibir la Eucaristía que somos fortalecidos, sanados y transformados por la presencia de Cristo en nuestras vidas.
Al celebrar la Solemnidad de Corpus Christi, abracemos el don de la Eucaristía con profunda gratitud y reverencia. Que nuestros corazones se llenen de asombro y maravilla mientras nos acercamos al Altar para recibir el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor.
Con mis oraciones y bendiciones,
Monseñor Cuong M. Pham